El oráculo
Una vez
encontré, en una esfera de vidrio dentro de un tambor de detergente, un
oráculo. Estas criaturas pequeñas pueden adoptar diversas formas, pero
normalmente son grises y endebles, son animales que se arrastran y que debes
alimentar con mucho cuidado. Cuando los encuentras, usualmente están desvalidos
y gimen.
Nadie
conoce muy bien cuál es la realidad de los oráculos, pero hay quien dice que
pueden contestar a todas las preguntas. Quizá son espejos o ventanas del
universo, pero nosotros pensamos que son manifestaciones alternativas, una
especie de mundo independiente que ha adoptado una forma muy concreta.
Es
extraño y emocionante tener un pequeño animal gris, a veces con aspecto de
murciélago o ratón, notar cómo se conmueve con cada una de sus respiraciones y
jadeos y cómo late su corazón frenético, y saber que encierra tantos secretos.
Miras sus ojos oscuros y no sientes más que piedad o tristeza.
Puedes
esperar toda tu vida y el oráculo no se manifestará jamás, a pesar de tus
constantes cuidados. Tienes mucho miedo de que muera, porque eso podría
acarrearte muchas desgracias. Nunca te sentirás tranquilo viendo juguetear y
correr al oráculo, porque su vida es muy vulnerable.
No
sabes cuándo ni de qué modo puede contestarte. Depende de las preguntas que
consciente o inconscientemente le hagas o de cómo interprete tus actos. A
algunas personas les responde con un número, que no descifrarán nunca, a otras
con una visión, a otras les da la locura o la muerte como respuestas.
Cogí un
martillo y rompí la bola de cristal con cuidado de no hacer daño al animal que
contenía. Estaba llena del líquido que respiraba y al salir al aire abrió su
boca desmesuradamente y con ansiedad, para no ahogarse. Lo cogí en la palma de
mi mano y se rebeló de forma rabiosa, pero cómica dada su pequeñez y
desvalimiento. Luego se encogió sobre sí mismo y tuve que esforzarme mucho para
que tragara unas migas de pan con leche. Lo guardé en una caja forrada con
trapos y lo puse cerca del radiador para que no pasara frío. Esa noche no pude
dormir.
Los
días siguientes, poco a poco, fue despabilándose y se movía lentamente por el
interior de su caja. A ratos lo sacaba al sol y entonces se encaramaba
trabajosamente hasta el borde. Otras veces lo cogía y lo sacaba para que le
diera el aire. Acariciaba su pelo y casi no se movía. Me quedaba mirándolo
largamente.
La
presencia del oráculo me había transformado. No entendía la suerte que había
tenido al encontrarlo. Quizá hubiera formulado, en mis sueños o en una
divagación de la que apenas había sido consciente, alguna pregunta interesante.
Estaba confiado, la vida era menos difícil desde que me acompañaba. Podías
dejar para después el dolor, la inquietud, podías postergarlos para examinarlos
de nuevo una vez que el oráculo se hubiera manifestado.
Lo
espiaba ansiosamente y trataba de pensar en cosas enigmáticas, esperando llamar
su atención. Le hablaba y le dirigía preguntas, la mayoría de ellas confusas,
pero formuladas con honestidad. Recorría los cuartos silenciosos de mi casa y
sabía que allí habitaba él, que aquella casa estaba resguardándolo y que estaba
viviendo al par de mí.
Un día
desapareció de la caja y supe que se había manifestado. Un oráculo no abandona
su hogar voluntariamente y no creo que lo raptaran, porque nadie conocía su
presencia (y además raptar un oráculo normalmente te acarrea la muerte
instantánea). Me detuve a pensar con la respiración contenida y a mirar a mi
alrededor. En algún lugar de mi casa, en un objeto sutilmente transformado, en
un cuchillo o una botella que no cumplen algunas de las propiedades de la
materia, en un libro poblado de frases poderosas, en un segundo del tiempo, en
una imagen o en un sueño, está su manifestación.
Han
pasado muchos años y todavía no la he encontrado, pero casi no me importa. Sé
que ha ocurrido y que entre estas cosas familiares (estos muebles, estos
recuerdos, esta tristeza) me alcanzará algún día. Sólo me inquieta no ser ya el
mismo para cuando la encuentre.