lunes, 19 de diciembre de 2016

El oráculo

El oráculo

       Una vez encontré, en una esfera de vidrio dentro de un tambor de detergente, un oráculo. Estas criaturas pequeñas pueden adoptar diversas formas, pero normalmente son grises y endebles, son animales que se arrastran y que debes alimentar con mucho cuidado. Cuando los encuentras, usualmente están desvalidos y gimen.

       Nadie conoce muy bien cuál es la realidad de los oráculos, pero hay quien dice que pueden contestar a todas las preguntas. Quizá son espejos o ventanas del universo, pero nosotros pensamos que son manifestaciones alternativas, una especie de mundo independiente que ha adoptado una forma muy concreta.

       Es extraño y emocionante tener un pequeño animal gris, a veces con aspecto de murciélago o ratón, notar cómo se conmueve con cada una de sus respiraciones y jadeos y cómo late su corazón frenético, y saber que encierra tantos secretos. Miras sus ojos oscuros y no sientes más que piedad o tristeza.

       Puedes esperar toda tu vida y el oráculo no se manifestará jamás, a pesar de tus constantes cuidados. Tienes mucho miedo de que muera, porque eso podría acarrearte muchas desgracias. Nunca te sentirás tranquilo viendo juguetear y correr al oráculo, porque su vida es muy vulnerable.

       No sabes cuándo ni de qué modo puede contestarte. Depende de las preguntas que consciente o inconscientemente le hagas o de cómo interprete tus actos. A algunas personas les responde con un número, que no descifrarán nunca, a otras con una visión, a otras les da la locura o la muerte como respuestas.

       Cogí un martillo y rompí la bola de cristal con cuidado de no hacer daño al animal que contenía. Estaba llena del líquido que respiraba y al salir al aire abrió su boca desmesuradamente y con ansiedad, para no ahogarse. Lo cogí en la palma de mi mano y se rebeló de forma rabiosa, pero cómica dada su pequeñez y desvalimiento. Luego se encogió sobre sí mismo y tuve que esforzarme mucho para que tragara unas migas de pan con leche. Lo guardé en una caja forrada con trapos y lo puse cerca del radiador para que no pasara frío. Esa noche no pude dormir.

       Los días siguientes, poco a poco, fue despabilándose y se movía lentamente por el interior de su caja. A ratos lo sacaba al sol y entonces se encaramaba trabajosamente hasta el borde. Otras veces lo cogía y lo sacaba para que le diera el aire. Acariciaba su pelo y casi no se movía. Me quedaba mirándolo largamente.

       La presencia del oráculo me había transformado. No entendía la suerte que había tenido al encontrarlo. Quizá hubiera formulado, en mis sueños o en una divagación de la que apenas había sido consciente, alguna pregunta interesante. Estaba confiado, la vida era menos difícil desde que me acompañaba. Podías dejar para después el dolor, la inquietud, podías postergarlos para examinarlos de nuevo una vez que el oráculo se hubiera manifestado.

       Lo espiaba ansiosamente y trataba de pensar en cosas enigmáticas, esperando llamar su atención. Le hablaba y le dirigía preguntas, la mayoría de ellas confusas, pero formuladas con honestidad. Recorría los cuartos silenciosos de mi casa y sabía que allí habitaba él, que aquella casa estaba resguardándolo y que estaba viviendo al par de mí.

       Un día desapareció de la caja y supe que se había manifestado. Un oráculo no abandona su hogar voluntariamente y no creo que lo raptaran, porque nadie conocía su presencia (y además raptar un oráculo normalmente te acarrea la muerte instantánea). Me detuve a pensar con la respiración contenida y a mirar a mi alrededor. En algún lugar de mi casa, en un objeto sutilmente transformado, en un cuchillo o una botella que no cumplen algunas de las propiedades de la materia, en un libro poblado de frases poderosas, en un segundo del tiempo, en una imagen o en un sueño, está su manifestación.

       Han pasado muchos años y todavía no la he encontrado, pero casi no me importa. Sé que ha ocurrido y que entre estas cosas familiares (estos muebles, estos recuerdos, esta tristeza) me alcanzará algún día. Sólo me inquieta no ser ya el mismo para cuando la encuentre.