domingo, 13 de marzo de 2011

La guerra de los deseos

  
   
En mi ciudad hay algunas personas que pueden leer el pensamiento. En realidad no son personas, pero se mezclan con ellas y toman su apariencia. Bajo determinadas condiciones los hombres son vulnerables a sus miradas y entonces, en muchos casos, están perdidos.

Afortunadamente, estoy yo para protegerlos. Yo no puedo escudriñar el pensamiento de un hombre, pero sí el de sus espías. Los pensamientos robados permanecen inaccesibles para mí, pero a veces puedo averiguar lo que pretenden.

La primera vez que penetras en la mente de otro ser, aunque no sea humano, sientes un escalofrío. Todavía no acabo de acostumbrarme. Cuando leí cómo hacerlo, no lo creí. Mirabas un momento sus ojos y procurabas olvidar tu nombre. Invocabas tus primeros recuerdos, pronunciabas unas palabras y de pronto habías pasado. Era como pasar una telaraña. Sentías vértigo y un buen número de sensaciones no conocidas antes. Tenías miedo, porque dejabas tu última casa y entrabas en un lugar más extraño que el más desconocido de los mundos físicos. Entrabas en otro torbellino como tú, en otro fantasma como tú, pero casi tan distinto de ti como la vida de la muerte.

Supongo que en otro hombre me perdería. Aquellos seres eran más simples. No sentían amor, ni ambición, ni odio. Sólo pensaban para conseguir sus propósitos y poseían una tenue conciencia de sí mismos. También poseían algo de perplejidad por esa conciencia y una débil curiosidad, como nosotros. De vez en cuando sentían tristeza y yo la sorprendía. Nunca sabían de dónde les llegaba la tristeza y yo tampoco lo supe jamás.

Andaba por las calles y de vez en cuando encontraba a uno de ellos. Lo seguía disimuladamente. A veces entraba en un bar y yo me sentaba enfrente de él. Al principio no me conocían y era fácil, pero pronto fue muy difícil espiarles. También ellos leyeron mis pensamientos. Cuando lo supe, sentí un dolor profundo. Era una mezcla de humillación y vergüenza y un sentimiento de ser muy débil y estar infinitamente herido. Deseé escapar de ellos, pero me sobrepuse. Era mi deber y tenía que acostumbrarme. Busqué escudos y algunos me funcionaron un tiempo.

Así se inició nuestro combate. Ellos piensan algo determinado y el solo pensamiento es capaz de hacer daño a alguien o a mí mismo. Tengo que detectarlo y esforzarme por construir un pensamiento exacto o definir una imagen precisa, que contrarrestará el poder de su pensamiento. Siempre tengo que estar alerta.

He de saber qué pensamiento contrarrestará el suyo. Es cuestión de aprendizaje, no existen reglas fijas y muchas veces tengo que guiarme por la intuición. A veces, en mitad de la noche, me despierto. Me doy cuenta de que alguno de ellos ha proferido uno de sus pensamientos y tengo que oponerle alguno mío. No dispongo de más de dos o tres segundos para contestar y si me equivoco las consecuencias pueden ser funestas. Las peleas duran algunas veces varias horas. Si mi adversario emite el deseo de matarme, yo he de emitir el deseo de que mi muerte no ocurra, inmediatamente y de la forma correcta. Si desfallezco un momento, me matará. Si siento resignación o curiosidad, me matará.

Es una batalla incesante y no existen intermediarios. Ando por las calles de mi ciudad y a veces alguien me saluda y no puedo responderle. Me faltan dos dedos por descuidar la vigilancia y alguien ha muerto.

Hay pensamientos que son llaves para otros. Con el tiempo, encuentras algunos que hacen más débiles a tus adversarios. He conseguido pensamientos que reducen su velocidad de pensamiento, o que hacen menos penetrantes los suyos; hay otros que hacen que no puedan concentrarse en determinadas cosas o en determinadas personas.

Pensar en una constelación de estrellas, por ejemplo, en el momento adecuado, puede servir para que los pensamientos de tu oponente giren un rato en círculos. Pensar en el agua de un río y en sus peces y en el fango, al mismo tiempo, puede servir para introducir errores lógicos en sus pensamientos. Hay maneras de conseguir que sus mentes se abran más tiempo del que querrían, para que no puedan urdir sus tramas en las sombras. A veces, puedes confinar los pensamientos de los enemigos al espacio de una pequeña casa abandonada o de una loseta o del sábado pasado.

Cuando nos encontramos frente a frente, empezamos tanteándonos, emitiendo pensamientos lentamente, con escaso poder. Pero poco a poco la velocidad aumenta. Si no respondo a tiempo, pueden detener la respiración de mi conciencia. Pueden engañarme, y hacer que responda cosas equivocadas, mientras colocan una bomba de relojería en mi alma. Pueden dañar mi voluntad, ahogar mi esperanza.

A veces he de pensar 4 ó 5 cosas en un segundo. Creo que es el límite: si pudieran apurar un poco más, me derrotarían. Los pensamientos son cada vez más complicados. En ciertas ocasiones, no basta con pensar en cosas concretas, sino que tengo que esforzarme y lograr conceptos abstractos: evocar una imagen aceptable de la bondad o las matemáticas, o convocar un sentimiento difícil de definir, como el que tienes al ocupar una casa nueva o el asombro por tu existencia. A veces debes reproducir sentimientos muy dolorosos, como el de ser rechazado por quien amas o verlo envilecerse. Todo puede servirte en esa lucha y debes esforzarte por recordar tus pensamientos y el sabor que percibiste al poseerlos. Así, aun cuando no pelees, debes prestar atención al universo y a todo lo que ocurra, dentro y fuera de ti.

Cuando caminas por las calles y las plazas de tu pequeña ciudad, te fijas en los balcones, en las macetas, en las aceras, en los pájaros posados en los cables. Te fijas en los coches, en los escaparates, en las tapas de las alcantarillas. Te fijas en las caras de las personas, en sus dedos y en sus uñas. Recuerdas cuando los mirabas por el placer de verlos. Ahora sabes que todo tiene una finalidad, que nada ocurre en vano. Alguien te lo agradecerá, aunque ahora reproche tus paseos inútiles.

Tienes que dedicar otros ratos a leer libros y a estudiar a tus enemigos. Debes pensar cómo están modificando sus tácticas. Quizá te ataquen varios a la vez, haciendo que debas pensar cosas muy dispares en un intervalo de tiempo muy corto. Quizá induzcan que pienses cosas muy similares, para confundirte.

Hace tiempo que oigo que van a llamar a uno que piensa muy deprisa y que usa unos nuevos y poderosos pensamientos. Les espero; aunque no las tengo todas conmigo, les plantaré cara.

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