martes, 15 de marzo de 2011

Los folios blancos

       
Una vez tenía que preparar un examen de genética evolutiva y bajé a la facultad para pedir los apuntes. Me lamentaba demasiado tarde por no haber ido a clase, ya que me cuesta mucho entender otras letras. Además, sería difícil conseguirlos. Conocía a poca gente en la clase y me daba mucha vergüenza pedir apuntes. Me senté en una de las últimas filas y acabé pidiéndoselos a una muchacha bajita y morena, bastante guapa, que no recordaba haber visto antes. Me había mirado (creo, no sin cierta vanidad) con interés. Algo en esa mirada y en sus gestos incitaba a una espontánea confianza. Me los entregó con mucha disposición y con una sonrisa encantadora. Me dio una dirección para que se los devolviera, lo que me aturdió bastante.

Fui con el fajo de folios a la fotocopiadora y encargué las copias, pero cuando volví me dijeron que no me las habían hecho porque aquellos folios estaban en blanco. Yo ni los había mirado. Les dije que buscaran bien por ahí, que debían estar los apuntes, pero no los encontraron y me llevé los folios blancos a mi casa. Me alegré de esa eventualidad, porque así devolvería los folios y volvería a pedir los verdaderos apuntes y tendría ocasión de hablar con ella dos veces en lugar de una.

Pero por la noche ocurrió una cosa. Cambié los folios de carpeta y entonces creí ver algo sobre ellos, algo de color, que parecía pintado con un tinte extremadamente débil y difuso. Fijé la vista y el color desapareció; pero un instante después me pareció ver algo ondulado, como una serpiente, surcar la superficie blanca. Estaba coloreado de rojo, azul, verde y amarillo. Duró un instante y aparté la vista; al bajarla vi árboles, árboles ramificándose, y extrañas formas, como de animales, en la punta de las ramas. Parecían alucinaciones, pero sólo se producían cuando miraba los folios blancos, por lo que pensé que poseían alguna propiedad hipnótica. En mi cerebro reinaba una total confusión, pero en medio de ella se insinuaba una idea, una esperanza de que aquella chica tuviera algún poder, algo inusual y muy atractivo.

Miré con ansiedad aquellos folios y poco a poco reconocí las formas que veía. Se parecían un poco a lo que yo me había imaginado. Descubrí con estupor que aquella chica me había dado sus apuntes y que la serpiente era el ADN con sus cuatro nucleótidos y los árboles eran árboles genealógicos de especies. Las imágenes aparecían y desaparecían al avanzar en los folios un poco al azar, pero seguían más o menos el orden del temario. Les dije a los de la fotocopiadora que hicieran una copia de aquellos folios blancos y me miraron como a un chalado, pero las copias salieron bien. Dejé los apuntes en la casa de la chica, aunque ella no estaba.

Con un poco de práctica aprendí a usar los folios. Pasaba el dedo por unas líneas no dibujadas y las imágenes iban apareciendo en mi mente. Si me saltaba de renglón perdía el hilo. Me costaba mucho trabajo estudiar esos apuntes fantásticos. Normalmente estudias palabras y haces imágenes y razonamientos de esas palabras; pero aquello eran formas, formas ajenas que no siempre resultaban reconocibles. Veías algo confuso, te quedabas mirándolo y no sabías qué era, hasta que de pronto comprendías y lo identificabas. Es muy difícil pensar con unos pensamientos que no son los tuyos.

Pero estaba en juego mi aprobado, así que seguí con mi ardua tarea. Me daba un poco de miedo, pero era muy excitante conocer los pensamientos de aquella chica, aunque sólo se refirieran al análisis de secuencias de nucleótidos.

Podía grabar los pensamientos que desease, y sólo los que desease, en aquel papel extraño. Me preguntaba si usaba algún bolígrafo especial o eran sus propios dedos o sus ojos los que escribían. Empecé a darme cuenta de cómo los folios reproducían las explicaciones del profesor, pero no a través de sus palabras, sino a través de lo que despertaban en la mente de aquella criatura enigmática. Al principio había pensamientos borrosos pero poco a poco se aclaraban y aparecía un esquema nítido, aunque de vez en cuando olvidaba algún detalle y el pensamiento grabado era incorrecto.

No vi ni oí una sola palabra en todos aquellos folios. Una vez grabó un pensamiento fugaz en medio de las explicaciones. Pasé sobre él muchas veces, pero no lo identifiqué muy bien. Parecía un vago sentimiento de aburrimiento o quizá de tristeza. Es difícil a veces caracterizar tus propios pensamientos, cuánto más los de un desconocido.

Al final encontré un folio completamente blanco. Me quedé mirándolo y pensando algunas cosas. Al rato volví a pensar exactamente lo mismo y supe que había impresionado el papel con mis propios pensamientos. Me asusté tanto que lo quemé, no quería pensar que alguien pudiera ver ni un retazo de mi mente.

El día del examen la encontré de nuevo; no me miró y los dos empezamos a contestar las preguntas. Me resultó más bien fácil, aunque a veces tenía problemas para traducir a palabras los pensamientos. La vi otra vez cuando fui a mirar las notas: ella había sacado un nueve y medio y yo un ocho. No estaba nada mal, considerando además lo que me había costado descifrar sus apuntes. Se alegró mucho, me sonrió y me guiñó un ojo. Luego me deseó que pasase un feliz verano y se despidió de mí con un beso. No he vuelto a verla, pero es maravilloso saber cómo entendía ella la genética evolutiva, por lo menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario