martes, 6 de enero de 2015

Hospedarse equivalía,

Hospedarse equivalía,
por aquel entonces,
a oír una cancioncilla nostálgica,
mal tarareada,
y a encontrar en las habitaciones
libros y miel. Hospedarse era
como comprimir las lejanías
y como haber hallado
el alma de las cosas.
Se podía decir que ocurría
por entonces un baile
al anochecer y que nos íbamos
a la cama aún riendo.
El odio fue un fruto
difícil de conseguir,
pero la ausencia cuajó pronto,
aun antes de que la casa
desapareciera del todo,
cuando hospedarse aún era
olvidarse de las horas y del sueño
y tener hacia dentro una ventana.

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