Tuviste una vez ese temblor, que se acercaba
a un cuerpo, embellecido por los dones
de la vida más sutil y delicada.
Tus deseos tenían piel y se tocaban.
Te quedó la intensa quietud de la partida,
su pelo ondeando, la desbordada senda
que un día hará infinita la distancia.
Se diría que te entregaste como a nada
al desvelamiento de un destino tan cercano.
Parecía que amabas esos rasgos desde antiguo,
que sólo una vez quisiste ser dichoso.
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