martes, 6 de enero de 2015

Cuatro minutos

CUATRO MINUTOS

Estoy atado de pies y manos, enfrente de un pequeño cañón que disparará contra mi cabeza una bala, exactamente dentro de cuatro minutos. De este modo, dentro de cuatro minutos moriré. Tengo delante de mis ojos un reloj que me indica permanentemente (dentro del estrecho significado que tiene la palabra permanencia en estos minutos) el tiempo que falta.

Quiero olvidar los sentimientos y averiguar cuándo tendré mi último pensamiento. De chico vi una película, "El Forastero", de Gary Cooper. Un sheriff medio loco está obsesionado con una corista, Lily Lantry. Al final de la película está a unos centímetros de ella pero ya tiene un balazo en el pecho y esa imagen le dura una ráfaga porque enseguida muere. Hasta hoy me ha preocupado esa escena y vuelve una y otra vez a mi cerebro. Nunca sé si realmente llegó a verla, a ser consciente, a decirse a sí mismo "por fin la he visto". Un instante después nada existía y no sólo la imagen de Lily Lantry, sino la imagen de todas las cosas. No sé si esa sensación paradójica se puede extender a momentos anteriores de la vida.

Sé que no he muerto hace una décima de segundo, porque me digo: "todavía". Mientras me lo diga y me dure estoy vivo y soy invulnerable. Sé que a los diez años estaba vivo, porque me decía "todavía". A los treinta años, me digo "todavía" y sé que he salvado mis imágenes anteriores, la sensación de mis recuerdos, sé que han existido. Pero sé que no podré salvar mi última imagen, ni siquiera en ese sentido débil de todas mis experiencias anteriores. Después de la muerte todo parece indicar que será como si no hubieran existido nunca, pero el caso es que existen, así que la lógica del universo falla y podemos aferrarnos a la esperanza.

Dura treinta años este retumbar. Todas las cosas son este retumbar: los colores, los desengaños, todos los sonidos; este retumbar que nadie sabe dónde suena, dónde se refleja, dónde ocurre. Este retumbar que no ha cesado ni un segundo, que nos atraviesa, que vibra y no deja de vibrar en todo lo que somos. Parece mentira que pueda cesar alguna vez.

Han pasado dos minutos con estos pensamientos. En mi cabeza toman otra forma, algunos no son frases, sino sensaciones, algunos están comprimidos y otros expandidos, algunos son casi instantáneos y en otras ocasiones se dilatan durante bastantes segundos. Otra vez digo: "todavía".

No tengo muchos recuerdos. Los años pasaban y yo no lograba arrancarle a la vida muchos detalles. Me separaba de mis compañeros de curso y al poco tiempo no recordaba conscientemente nada de ellos, apenas una frase que dijeron. De mi vida quedan unos pocos pedazos, bastante absurdos, que mi memoria ha guardado. Muchos recuerdos de meteduras de pata, situaciones embarazosas, tristezas y ansiedades, aunque también momentos de asombro y euforia. En mi vida ha habido pocas cosas, pero todo el universo está de algún modo en esas pocas cosas.

En estas divagaciones ha pasado otro minuto. Pienso otra vez "todavía". Se me van tres segundos en recrearme en el recuerdo de los caramelos de café con leche. Algunas de las sensaciones que me han hecho vivir en todos estos años son relámpagos y cabrían perfectamente en estos segundos. Todavía. Pensaba que el tiempo se dilataría en este último tramo, pero no se dilata, sigue igual de rápido o quizá más, apenas puedo pensar, siento asombro, vértigo, desolación y miedo. Todavía. Todavía. Me veo despeñándome, recuerdo un sueño que tuve, una vez que desperté creyendo morir. Por un instante dudo de la realidad, pero tengo tiempo de reconocerla de nuevo. Falta un segundo y emito mi último todavía, veo la hora en el reloj. Quizá he muerto.

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